Escaparle a la era digital oscura

“No queremos que nuestra vida digital se desvanezca pero, si queremos preservarla, tenemos que asegurarnos de que los objetos digitales que creamos hoy puedan representarse en el futuro”. El que así habla no es un oscurantista ni un apocalíptico, sino el hombre que ha hecho posible la red de redes, Vinton Cerf, quien junto a junto a Bob Kahn, creó la familia de protocolos que hicieron posible Internet. El hombre, actualmente vicepresidente de Google, viene adviertiendo sobre la inconsistencia de la información digital que se almacena en dispositivos que con el paso del tiempo (muy poco tiempo dado el avance exponencial de las nuevas tecnologías) quedan obsoletos, en lo que él denomina la era digital oscura.

“Cuando se piensa en la cantidad de documentación de nuestra vida cotidiana que capturamos en formato digital, al igual que nuestras interacciones por correo electrónico, mensajes de Twitter y a lo largo de la Web, está claro que vamos a perder una gran parte de nuestra historia”, ha dicho Cerf recientemente en una reunión de la Asociación Norteamericana para el Avance de las Ciencias.

Es tan grave el panorama que ha pintado el científico que, según él, «Los primeros pasos de la humanidad en el mundo virtual se perderán para los historiadores del futuro».

Los antropólogos del mañana tendrás entre manos una serie de instrumentos de almacenamiento varios, pero no podrán acceder a la información allí reunida, no podrán darle lectura ni podrán reproducirla. Sólo silencio, como un código secreto, perdido entre montañas de residuos tecnológicos.

Ante el implacable disparo hacia adelante, que hacer con nuestros recuerdos, trabajos, fotografías y documentos archivados aquí y allá en formatos disímiles. Hay pocas certezas a la hora de dar respuesta a la pregunta.

En una columna publicada esta semana en la opinión de Murcia, el escritor español Juan José Millas comenta: “conservo un baúl lleno de antiguos disquetes que ahora no podría revisar porque ya no hay lectores de disquetes. Los guardo como el que conserva una gramática de una lengua que nadie habla. A veces, abro el baúl y me pregunto si habrá allí apuntes para cuentos o novelas que se perderán para siempre porque han desaparecido de mi memoria”.

Muchas veces los popes de las ciencias han vaticinado la muerte del papel y del libro, pero ese soporte físico, tan frágil como para ser rasgado, mojado, quemado en cualquier momento, es también el más fiel a sus usuarios a pesar del paso del tiempo. Puedo estar seguro de que mi hija leerá los libros de mi biblioteca cuando yo no esté, creo poder afirmar que accederá a mis cuadernos de notas y podrá leer, a pesar de mi caligrafía horrorosa, muchas de ellas, incluso tendrá información anexa al reparar en las manchas de mate, las tachaduras y remiendos de la letra. Sabrá, probablemente más sobre mi observando las pocas fotos que copié en papel, que andando miles y miles de archivos jpeg.

De modo que si debiera responder a la pregunta lo haría en papel. Ustedes pueden hacer como quieran, yo prefiero escribir.

Por lo demás, hay un acuerdo tácito en no quedarse atrás, en almacenar la información en distintos dispositivos, backapear a menudo e ir cambiando de formatos con la tecnología, es decir acompañar forzadamente este salto al vacío, porque ya no hay vuelta atrás.

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